Gastamos poco y mal en materia de seguridad y justicia
Francisco Rivas
El Universal
Imaginemos que una comunidad vive a un lado de un acantilado, ahí la vida de cada uno de los pobladores se encuentra en constante riesgo y las condiciones ambientales no permiten que la comunidad prospere.
Tras explorar varias soluciones, la única viable para dicha comunidad es la de transferirse al otro lado del acantilado a través de la construcción de un puente. Ello sólo sería posible si la comunidad contase con alguien capaz de diseñar un puente según las necesidades situacionales y ambientales; si contasen con la materia prima suficiente y adecuada; con el número de personas suficientes y capacitadas para ejecutar la obra y que todo esto suceda lo más rápido posible ya que, mientras más tiempo se tarden en construir el puente, más personas perderán la vida y más tiempo tardará la comunidad en desarrollarse plenamente.
Si falla algo entre el diseño, la experiencia, el desempeño en la ejecución, la calidad y cantidad de los materiales, es de esperarse que el puente colapse y que la comunidad o perezca o se quede atorada en el lado inhóspito del acantilado.
Esta metáfora puede servir para entender por qué en nuestro país llevamos décadas sumidos en olas de violencia sin lograr transitar hacia una sociedad donde toda persona se sienta segura dadas las condiciones de incidencia delictiva, así como las de acceso a la justicia en caso de la ocurrencia de un ilícito.